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Guillermo Anderson, una estrella que se apagó en 2016

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¿Cómo dices adiós a alguien que nunca podrá irse que se quedará ahí cantándonos y contagiando su amor por esta Honduras? Han pasado cuatro meses de tu partida pero tu voz no se puede apagar Guillermo simplemente porque los grandes nunca mueren.

14/dic 2016

"Aló Guillermo, ¿estás bien? Seguro la cosa no es para nada como te lo habían pintado. Te cuento que aquí, en esta parte del mundo, a pesar del tiempo que ha pasado, se siente al máximo la nostalgia por tu ausencia. Dejaste a muchos llorando. Miles desfilaron en tu despedida y mientras ahogaban con un nudo en la garganta las notas de tus canciones más emblemáticas como El Encarguito y En mi país, te reconocieron una vez como el mejor artista que Honduras ha tenido en los últimos 40 años.

Nos preguntamos quién cantará ahora al mar y a las montañas, a los peces y los niños, al maizal y a los pescadores, a las causas sociales, los marineros, los caracoles y a los compatriotas inmigrantes. Ese día de tu despedida, todos sabían que pasarías directo la aduana celestial. Además de tu familia y amigos te despidieron niños, -aquellos a los que les cantaste La rana feliz, Toca la caramba y Arroz con leche, entre otras-, adultos, estudiantes de colegio, garífunas, admiradores y todos aquellos que alguna vez se encontraron a sí mismos en tus canciones.

Escuchamos a todos hablar de ti, pero sin duda pusimos mayor atención a las palabras de tu esposa Lastenia, quien aseguró que una de tus cualidades fue "que siempre fue transparente y bien congruente, así como fue un artista dedicado, igual fue en su vida familiar, un hijo dedicado con sus padres, como esposo'.

Tú esposa por casi 25 años y tus tres hijas se quedaron con la mejor parte de ti, mientras a tus fans no nos queda más que darle play a la esperanza y redescubrir tus canciones, escudriñar las letras y pensar que la estás pasando bien. A fin de cuentas te quedaste enredado por siempre en las cuerdas de la guitarra, tu voz se sigue escuchando y sigues siendo nuestro más grande orgullo".

Siempre he pensado que las estrellas que más brillan son lastimosamente las más fugaces. Tienen el poder de deslumbrarnos y llenarnos de sueños y alegría, pero cuando se apagan, el corazón se nos rompe en mil pedazos.

Guillermo Anderson fue como una de esas estrellas que iluminó el firmamento musical en Honduras pero que se fue demasiado pronto. Nació el 25 de febrero de 1962 en La Ceiba, su eterna musa. De ahí partió en su juventud rumbo a Estados Unidos para estudiar literatura hispanoamericana en la Universidad de California. También estudió teatro y música y trabajó profesionalmente como actor, compositor y músico.

Uno de sus trabajos más importantes en California lo realizó en una compañía que hacía teatro bilingüe para niños inmigrantes y que inspiró su disco 'Para Los Chiquitos'. En 1987 regresó a La Ceiba y comenzó varios proyectos culturales.

Posteriormente se dedicó a perfeccionar sus presentaciones y a aparecen en festivales en diversos escenarios del país. Rescatando lo mejor de nuestras tradiciones escribió las letras de canciones auténticas, cargadas de valor cultural.

Produjo siete álbumes de estudio y cinco sencillos que tuvo la oportunidad de llevar fuera de nuestras fronteras, donde poco a poco se ganó el reconocimiento internacional. El embajador cultural de Honduras llegó con su guitarra y su peculiar mezcla de sonidos a México, Centro y Sudamérica, Europa y Asia.

Una carrera de casi 30 años no fue suficiente para cantarle a todo lo que amaba. Pero la sentencia de un cáncer de tiroides truncó esta historia. Guillermo Anderson murió el seis de agosto de este año en la misma ciudad que le vio nacer.

Le faltaban aún muchos aplausos y reconocimientos. Aunque el mundo lo recibió con ovaciones, aquí, en su propia tierra, quizás nos faltó darle más. Asistir a sus conciertos, comprar sus discos, aprendernos todas sus canciones y escucharlas más en lugar de aquellas que nos llegan de charts extranjeros, pero que carecen de alma y corazón.

Pero Guillermo no sentía una pizca de amargura por eso, era incapaz de dejar espacio en su alma para el resentimiento, regalaba su música a quien la quisiera cantar, su nobleza y sencillez superaba cualquier posible decepción.

Y esa mañana del seis de agosto, después de nueve meses de pelear contra el cáncer, se fue tranquilo y agradecido, listo para emprender su último viaje envuelto en la brisa marina de su amada ciudad. Se llevó su amor infinito por Honduras y nos dejó algunas de las canciones más hermosas y optimistas que puedas escuchar.

Su voz arranca lágrimas pero también sonrisas y nostalgias. Estoy segura que allá a donde está ahora logrará hacer sonar "la guitarra y la marimba, las maracas y el acordeón, la flauta y la caramba, el tambor y el caracol…" Mientras aquí, seguiremos escuchándolo porque ese marinero no se puede ir.

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