Fuera del escenario, ella dista mucho de la imagen preconcebida de una bailarina frágil, inmutable y etérea. Y es que Tiffany Martínez brilla como un sol con su personalidad arrolladora. Su sonrisa y su desbordante energía nunca se apagaron esa intensa jornada, que para alguien como ella, acostumbrada a extenuantes rutinas y ensayos, fue toda una aventura.
Su cuerpo, esculpido a lo largo de 24 años de práctica de ballet, danzaba con gracia frente al lente, fascinándonos con cada uno de sus movimientos. Mantenerse seria fue un reto para ella, quien parece reír con los ojos y con el corazón. Conversamos sin parar, nos contó de su vida, de su inspiración, de la tristeza de perder a su maestro y de la alegría de abrir una escuela en su honor.
Al verla con ese entusiasmo, fue fácil imaginarla de niña, hace 24 años, cuando se ganó sus primeros aplausos en el Centro Cultural
Sampedrano, "mi primera presentación fue El Cascanueces, junto a mi amado maestro y coreógrafo, Georgino Orellana, yo tenía seis años y para mí fue el complemento para sentir y darme cuenta que mi pasión era el ballet".
Hija de Jaime Martínez, de origen español, y Alma Leiva Hawkins, hondureña, Tiffany nació en Miami el 1 de marzo de 1981. Su padre era piloto, y conoció a su madre en San Pedro Sula. Se casaron y luego de vivir un tiempo en Estados Unidos, regresaron
a Honduras, donde finalmente se establecieron.
A su retorno, entre otras actividades, Jaime Martínez fundó el grupo musical Las Bromas, con el que recorrió diferentes escenarios del país. "Mi papá es músico profesional, piloto y también catedrático de idiomas en la Universidad Autónoma de Honduras. Pasé mi niñez escuchando música de todo tipo, pero en especial la clásica. Fue entonces que mi papá tomo la decisión de estimularme hacia el aprendizaje de un instrumento como el piano, para que me fuera familiarizando con la música. Las fiestas de cumpleaños eran bien divertidas, pues aparte de reventar la piñata y la convivencia con mis amigos, mi papá amenizaba con la guitarra mis celebraciones y eso me encantaba pues demostraba cuánto me amaba y consentía por ser hija única", recuerda y agrega, "mi mamá también se preocupó por incentivarme, me llevaba a espectáculos de danza, pero fue hasta los cinco años que me inscribió en la entonces escuela de ballet que funcionaba en la oficina de la Secretaría de Turismo de San Pedro Sula, Sectur, con el maestro Georgino Orellana, y que era dirigida por las Hermanas Mondragón".
Sus ojos claros se llenan de lágrimas al recordar a su primer maestro y mentor, quien murió hace casi un año, "una de las razones
que me motivó a seguir con las clases de ballet fue el aprecio y cariño que le tomé a mi profesor Georgino, el me regañaba mucho cuando veía que no me esforzaba, entonces afloraba mi inmadurez y le decía a mi mamá que ya no quería seguir, aunque finalmente me ponía las medias y el leotardo y regresaba".
Gracias a sus consejos y motivaciones, su pasión por el ballet comenzó a fluir de forma natural, "él trataba por todos los medios
de organizar dos presentaciones al año para que tuviéramos diferentes experiencias con el público y se nos quitara el miedo. Por razones personales, en 1989 abrió su escuela, a la que llamó Georgino Ballet Studio, y continuamos recibiendo clases con él, pues mis padres y otras familias ya le habían tomado mucho cariño. Y es que él creía en nosotras y por eso hizo arreglos para que nos presentáramos en escenarios como el Teatro La Fragua en El Progreso, en Puerto Cortés, en centros comerciales y donde quiera que hubiera oportunidad para dar a conocer el talento de la escuela".
El tiempo pasó rápidamente y aquella niña desarrolló cada vez más sus habilidades hasta sentirse lo suficientemente segura para el siguiente paso: la evaluación con la Academia Royal de Londres. Tiffany tenía diez años y fue evaluada con la nota máxima, un 100 por ciento que entonces sólo lograron tres bailarinas hondureñas. Esa calificación le ayudó a seguir adelante, con mayor disciplina y perseverancia, y prepararse posteriormente para un certamen en el que participaron academias de toda Centroamérica, Panamá y República Dominicana. Ella tenía 13 años y logró con orgullo el cuarto lugar.
Luego de terminar el bachillerato en La Salle, Tiffany se fue por un año a Estados Unidos, donde perfeccionó el inglés, y luego regresó a continuar estudios de Administración de Empresas a San Pedro Sula.
Lee la continuación de la entrevista en laEl behind the scenes de la portada de Marzo en nuestra galería de videos.