Esta mañana dejó de latir el corazón de uno de los más grandes empresarios y filántropos de Honduras. Emilio Larach Chehade, falleció a los 96 años, dejando un legado insuperable de ética, trabajo, honestidad, visión, servicio y profundo amor por su país.
Durante más de medio siglo estuvo al frente de una de las empresas ferreteras más importantes del país, desde donde no solo impulsó desarrollo y generó empleo, sino que vivió plenamente su don más grande: servir al prójimo.
Don Emilio, como lo llamaban con respeto y afecto sus colaboradores, nació en San Pedro Sula en 1929. Tras estudiar en el Instituto José Trinidad Reyes, viajó a Estados Unidos para formarse en Administración de Empresas. Regresó a los 22 años y en 1948 se integró a la sucursal de Jorge J. Larach & Cía. en Tegucigalpa, bajo la dirección de don Rafael Picciotto.
En 1955, guiado por los valores de ética y visión de su fundador, Jorge J. Larach, asumió la gerencia general, donde puso énfasis en la calidad, el servicio y el trato humano, cimentando lo que con el tiempo se convertiría en una de las marcas comerciales más queridas del país.
En 1962 la empresa adoptó el nombre Larach y Cía., iniciando una era de crecimiento, modernización e innovación que nunca se detuvo. Desde esa posición de liderazgo, don Emilio trascendió el rol de empresario para convertirse en un referente nacional, un defensor de la responsabilidad empresarial y un ejemplo de integridad para toda la iniciativa privada hondureña.
Su compromiso con Honduras abarcó múltiples áreas. Fue impulsor de proyectos de medio ambiente, educación, responsabilidad social, deportes y agua potable. Lideró programas emblemáticos como Construyamos una Honduras Verde, dedicado a concientizar a niños y escuelas sobre el cuidado del entorno a través de charlas y material educativo; y Gotalinda – Cada Gota Cuenta, iniciativa orientada a promover la conservación del agua bajo el lema “En Honduras cada gota cuenta”. En 1984 fundó el Kínder y Escuela Jorge J. Larach, un centro que ha transformado la vida de miles de niños y se ha consolidado como modelo educativo.
Asimismo, promovió programas de reforestación y apoyó proyectos como Fundación Hábitat para la Humanidad, Fundación Amitigra y Cruz Roja Hondureña-Suiza, entre otros.
Emilio Larach fue también pionero en incentivar a la empresa privada a certificarse como socialmente responsable. Bajo su liderazgo, Larach y Cía. recibió durante cinco años consecutivos el Premio Aurum de Unitec.
Su participación en la vida cívica del país fue igualmente notable. Desempeñó cargos en la Cámara de Comercio e Industrias de Tegucigalpa, donde fue presidente y vicepresidente; presidió la Federación de Cámaras de Comercio de Centroamérica; y formó parte de los consejos de administración de Diario El Heraldo, Diario La Prensa, Corporación Industrial del Norte y Comidas Especializadas. Colaboró activamente con instituciones como la Fundación de Apoyo al Hospital Escuela, actuó como consejero de múltiples organizaciones e incluso construyó un estadio en Tegucigalpa que hoy lleva su nombre y beneficia a miles de jóvenes.
Considerado uno de los filántropos más importantes de Honduras, don Emilio dedicó su vida a servir con la misma pasión con la que hizo crecer su empresa. Generó cientos de empleos, muchos de ellos destinados a adultos mayores en busca de oportunidades dignas, demostrando que la responsabilidad social no era para él un concepto, sino un principio de vida.
La historia de Emilio Larach Chehade está escrita con tinta de esfuerzo, generosidad, visión y virtudes difíciles de igualar. Por eso, hoy Honduras llora su partida. Se va un empresario ejemplar, justo, disciplinado, profundamente humano; un hondureño que demostró que el desarrollo y la filantropía pueden —y deben— caminar de la mano.
Le sobreviven su esposa por más de medio siglo, Vilma Larach; su hija Juanita y sus nietos Alexandra, Gabriel y Emilio Quiñónez, quienes resguardan su legado y su memoria. Que descanse en paz.