Si hubiera que elegir una capital para el mundo, esa sería Nueva York. Mitificada por el cine, la televisión y la literatura, es una ciudad que todos tenemos la impresión de conocer antes de haber puesto un pie en sus calles.
Desde Central Park al derroche de luces de Times Square, de las tumultuosas tiendas de Chinatown a la antorcha de la estatua de la Libertad.
Una ciudad insomne, que vive ajetreada por los cuatro costados. Y que ha sabido cerrar filas y heridas en torno al 11-S del modo que mejor sabe: mirando hacia adelante con orgullo. Y a mucha velocidad.
Porque si hay algo que caracteriza a Nueva York es la prisa, como se aprecia palpablemente en el metro y en sus atascos.
Lo descubrirás si alzas la mano para parar uno de sus famosísimos taxis amarillos, donde no sería raro encontrarse con que el conductor hable español.
Y después, ¿dónde ir? siempre habrá un destino para cada gusto, por minoritario que resulte: duelos de graffiteros, convenciones de negocios, comer tres brownies seguidos, pujar en una subasta de Christies, tararear el último musical de Broadway, o aprovechar la estación invernal para hacer patinaje sobre hielo en el Rockefeller Center. Si no encuentras la oportunidad en Nueva York es porque no existe.
Ya sea escuchando una misa Gospel en Harlem, o cargándose las pilas en los barrios más hipster de la ciudad, como Brooklyn, Nolita o Tribeca. De las calles del Bronx a las vitrinas cargadas de sueños de Tiffany's.
De las pequeñas casas de ladrillo rojo de Brooklyn al imponente skyline de Manhattan, con sus ejecutivos en trajes de chaqueta y corbata, yendo a sus oficinas con un café y un bagel en la mano, obedeciendo al ritmo marcado por los vaivenes de Wall Street.
Una ciudad que no se cansa de aprender, y que enseña todo lo que tiene. Ya sea dejándose caer un jueves en la inauguración de una nueva exposición en Chelsea o el Meatpacking District, o recurriendo a museos imprescindibles como el MoMA o el Metropolitan. Y donde no sería raro escuchar rimas hiphoperas junto a las escaleras del Metropolitan Opera.
Y es que se mire por donde se mire, Nueva York es punto de arranque de toda vanguardia que se precie de serlo, y confluencia de las más variopintas culturas, como vemos en Little Italy, Chinatown, Brooklyn o en el desfile irlandés del día de San Patricio. Y de cada lugar, una comida.
No importa la hora: sólo hace falta decantarse por un antojo ¿Pizza, hot dog, hamburquesas, rollitos de primavera? De los puestos de la calle a los restaurantes más selectos del mundo, donde lo más selecto se sirve en el plato.
Y es que lo mejor de lo mejor estará siempre en Nueva York. Del mismo modo en que las mejores firmas buscan un hueco en la Quinta Avenida para añadirse prestigio a sí mismas. Donde las maletas que viajan vacías vuelven irremediablemente llenas tras pasar por tiendas como Macy's, Bloomingdales o Barneys.
Ahí, donde podremos ver una catedral neogótica como San Patricio reflejándose frente a un paredón de rascacielos. Y donde los divanes de psicoanálisis están siempre concurridos, mientras el reloj se mueve con prisa.
Ya sea por el subsuelo, tierra, mar, o a través de sus tres aeropuertos comerciales. Ya lo decía Sinatra: esto es Nueva York, la ciudad que nunca duerme aunque le sobren hoteles. La capital del mundo. Una ciudad que todos conocemos ya, pero que gana mucho más en las distancias cortas.
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