La escuela se hacía muy difícil para María Eva, quien a los 14 años se escapaba de clases y se iba a pasar las tardes con los indios que aún quedaban en Los Toldos. Era una muchacha menuda de piel transparente y ojos soñadores que callaba muy a menudo pero sabía ser dominante. Tiempo después confesaría que en su adolescencia fue atacada sexualmente junto a una de sus pocas amigas y eso la marcó por siempre.

Cuando Juan Duarte murió, su viuda prohibió la entrada al funeral a Juana y sus hijos. Desolados, los Ibarguren se mudaron a Junín. En ese entonces todos hablaban de Buenos Aires, la ciudad que brillaba bajo las luces y la magia del cine. Atraída por esa fama María Eva dijo a su madre que quería ser actriz y se fue a la capital para probar suerte en un grupo teatral. Entonces tenía 15 años. En la búsqueda de su sueño, algunos la aceptaban y otros la encontraban vulgar en sus modales y manera de hablar. Pero ella aprendió muy rápido como comportarse y moverse: frecuentaba bares para tener contacto con las chicas que le avisaban si alguna actriz se había enfermado y buscaba protección de actrices veteranas que le recomendaban como vestirse.
Obtuvo su primer papel en el teatro de la mano de la compañía de Eva Franco, debutando en la comedia La señora de Pérez y de ahí le siguieron algunos pequeñas actuaciones. En realidad no tuvo tanta trascendencia en los escenarios, fue en la radio donde se convirtió en una estrella. A los 18 años obtuvo su primer trabajo como actriz de teatro radiofónico en la obra Oro Blanco. De ahí en adelante toda Argentina caería rendida ante los personajes que interpreta-ba con su voz. Se sentía la heroína que desde niña había querido ser, y poco le importaba que las altas clases se burlaran de su tono, su acento y sus giros. En las oficinas todas lloraban con sus historias. Pronto su imagen aparecería en las portadas de revistas y diarios que la nombraron "la figura del momento". Se dice que tuvo muchos amantes mientras empezaba su carrera como actriz y según historiadores y biógrafos, tuvo una hija con el actor Pedro Quartucci, la que se supone habría nacido en una sala clandestina, fue entregada a su padre e inscrita con el nombre de Nilda. Siempre guardó silencio sobre ese episodio, aunque Nilda no lo hizo: varias veces declaró ser la hija de Eva Perón.

En enero de 1944 conoció al militar Juan Domingo Perón en un fugaz encuentro, días después se reencontraron en un festival, donde él cayó hipnotizado ante aquella mujer vestida de negro, con guantes y un sombrero con una pluma blanca. El romance fue inminente y el 22 de octubre de 1945 contrajeron matrimonio. Aunque por ser hija ilegítima no poseía el apellido de su padre, firmó sonriente el acta en la que pasó a ser Eva Duarte de Perón. Eran tiempos difíciles, el gobierno no era lo suficientemen-te fuerte como para resistir otro intento de golpe de estado, por lo que Juan Domingo decidió integrar el Partido Labo-rista para presentarse en los comicios de febrero de 1946.
Eva decidió que no actuaría como una simple esposa de candidato sino que lucharía por la presidencia a la par de Perón, acompañándolo a viajes por el interior del país, recorriendo calles, fábricas y hospitales. Juan Domingo ganó la presidencia y la joven primera dama comenzó a desempeñar un papel muy activo en el gobierno, convirtiéndose en su enlace con los sindicatos, creando la Fundación de Ayuda Social Eva Perón y organizando la rama femenina del partido peronista.
Pronunciaba discursos sobre los derechos de las mujeres, inauguraba viviendas, construía hospitales, asilos, escuelas, impulsaba el deporte, otorgaba becas y repartía ayuda social a los más necesitados. Fue entonces cuando se ganó el nombre de Evita. Simultáneamente empezó a disfrutar de la moda y cambiar las faldas austeras por los vestidos de Dior, quien se convirtió en su diseñador favorito.

De salud frágil, Evita reunía fuerzas para cumplir su agenda. En enero de 1950 le extirparon el apéndice y le detectaron un cáncer de cuello uterino. Fue un diagnóstico mortal. Aunque trató de cumplir lo más que pudo sus funciones, su salud se deterioró poco a poco al punto que estuvo postrada en cama durante los comicios generales que consagrarían la reelección de Perón.
El 4 de junio de 1952, y en contra de todo consejo médico, asistió a la juramentación de su esposo y realizó su última aparición en el automóvil oficial por la Avenida de Mayo. Luego siguieron los meses de agonía en un cuarto aislada de su esposo, a quien se negaba a ver, lejos de la gente que la amaba. El 26 de julio de 1952 Evita Perón murió. Un vestido blanco de Dior que no había estrenado se convirtió en su mortaja, en sus manos colocaron un rosario que le había regalado Pio XII y sobre su pecho, la bandera nacional.
El gobierno ordenó luto por tres días. Fue velada durante 13 días en los que el pueblo hizo enormes filas para despedirla. La mujer más amada por los argentinos yacía muerta dando paso al mito de Eva Perón, la inolvidable.