
Los comienzos de una Santa
María Rosa Leggol nació el 21 de noviembre de 1926 en Puerto Cortés, de una madre hondureña y un padre canadiense. Ella perdió a sus padres a temprana edad, por lo que se crió con sus padrinos. A los seis años tuvo su primer encuentro con un grupo de Hermanas Franciscanas y quedó maravillada con la idea de dar su vida a Dios.Por decisión propia decidió ingresar al Hogar de Niñas de Hermanas Franciscanas para comenzar su formación religiosa. Luego de muchos años de esfuerzo y perseverancia, María recibió sus hábitos como Miembro de la Congregación de las Hermanas Escolares Franciscanas de la Provincia Latinoamericana en el convento de San José en Milwaukee, Wisconsin, Estados Unidos en 1948.
Al regresar a la nación ejerció como enfermera en un hospital de Comayagua, donde rápidamente ganó popularidad por ser una cuidadora comprometida al servicio de los pacientes. A pesar de ello, ella tenía una visión clara: quedar huérfana desde muy pequeña fue un duro golpe para ella, por lo que quiso dedicarse a ayudar a los niños sin hogar en el país.

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Gracias a su gran influencia pudo plantearles a empresarios la idea de crear casas para los huérfanos de Honduras. Su increíble misericordia motivó a las personas a auxiliarla con su plan y fue así que en 1966 creó la Sociedad Amigos de los Niños, una fundación que hasta el día de hoy ha amparado a más de 80 mil infantes abandonados y abusados.
El legado de Sor María Rosa

Sin duda, Sor María fue una mujer capaz, amable, compasiva, caritativa y, más que todo, entregada a la juventud de Honduras. Su ardua labor nacional e internacional la llevó a ganarse el título de 'Madre Teresa de Centroamérica', además de varios reconocimientos como el premio a la Buena Samaritana en 1977, dos reconocimientos honoríficos de la Universidad de Saint Francis Xavier y la Universidad de Marquette y una Estampilla Postal Nacional en su honor.
Nada podía detener su amor a los niños y es que, a pesar de su avanzada edad, nunca quiso dejar de colaborar en proyectos de socorro. 'Yo les ayudé porque Dios me mando a eso. Ellos no me deben nada. Ellos lo que tienen que hacer es extender esa misericordia adonde van', expresó la hermana religiosa. Su impacto en la sociedad hondureña fue, es y será imperecedera.
